El 2025 será recordado como un año bisagra para la sostenibilidad empresarial. Tras una década marcada por la efervescencia regulatoria, la Unión Europea ha entrado en una fase de revisión, ajuste y búsqueda de equilibrio entre la ambición climática y la competitividad económica. Este cambio de ritmo ha reconfigurado prioridades, capacidades y narrativas dentro de las organizaciones.
El año comenzó con uno de los hitos más esperados: las primeras compañías sujetas a la Directiva sobre información corporativa en materia de sostenibilidad (CSRD) presentaron sus informes bajo los Estándares Europeos de Reporte de Sostenibilidad (ESRS). Para muchas, el cambio ha sido profundo: nuevos equipos, procesos más robustos, sistemas actualizados y una cultura de sostenibilidad que empieza a integrarse en los engranajes de la gestión empresarial.
Paralelamente, se intensificó uno de los debates regulatorios más relevantes de los últimos años con la presentación del Paquete Ómnibus. Concebido por la Comisión Europea como un mecanismo para simplificar y mejorar la proporcionalidad normativa, generó meses de incertidumbre y debate. Finalmente, en diciembre de 2025, Consejo y Parlamento Europeos alcanzaron un acuerdo político provisional que, entre otros ajustes, propone reducir aproximadamente un 90% el número de empresas obligadas a reportar bajo la CSRD.
En síntesis, Europa revisa, simplifica y recorta, mientras que las empresas intentan mantener el rumbo: más transparencia, más trazabilidad y mayor integración estratégica. La conversación se desplaza de la cantidad de datos a la calidad de la gestión; de la ambición declarativa a la credibilidad. La sostenibilidad deja de ser una exigencia externa para convertirse en un desafío estratégico, de competitividad y de resiliencia empresarial.
Más allá de la regulación: la demanda de un liderazgo más humano
Junto a los cambios normativos, 2025 ha traído transformaciones profundas en expectativas, percepciones y prioridades. Una de las más significativas proviene de la ciudadanía, con manifiestas necesidades de nuevos modelos, más conscientes. Según nuestro último Estudio sobre Propósito y Liderazgo Transformador: la ciudadanía suspende al sistema con un 4,2 sobre 10, y tres de cada cuatro personas reclaman cambios profundos. La sociedad española no quiere otra capa de maquillaje; quiere transformaciones reales. Y, sin embargo, lo más llamativo es que la crítica disminuye… no porque la situación haya mejorado, sino porque crece el cansancio, la desafección y la desconexión. En este contexto, lo que más falta —y lo que más se reclama— es liderazgo humano.
Las personas esperan pruebas reales, mejoras tangibles y una comunicación honesta, lejos del “buenismo corporativo”. Esta tensión ha reducido la predisposición a pagar más por productos sostenibles, especialmente en un entorno marcado por la inflación y la presión sobre el coste de vida.
La inacción ante el cambio climático y un escenario geopolítico polarizado
A nivel ambiental, 2025 ha consolidado una evidencia incómoda: la adaptación al cambio climático ya no es una agenda de futuro, sino de presente. El otoño de 2024 (marcado por fenómenos extremos como la DANA en Valencia o la tormenta Boris en Centroeuropa) dejó claro que los riesgos físicos están aumentando en frecuencia e intensidad, con daños económicos que comienzan a superar la capacidad de absorción de administraciones y aseguradoras. Las empresas han entendido que mitigar riesgos no basta: la gestión del agua, la resiliencia de infraestructuras, los planes de continuidad y la inversión en adaptación se han convertido en temas urgentes, no complementarios.
A todo ello, se suma un escenario geopolítico convulso: el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca introduce nuevas incertidumbres en la transición energética global, el comercio y la diplomacia.

Retos para la sostenibilidad empresarial en 2026
Si 2025 ha sido un año de reordenación, 2026 será el año en el que las empresas deberán demostrar si realmente pueden avanzar en un contexto más complejo, más exigente y competitivo. La sostenibilidad ya no está en debate: forma parte estructural del negocio para la mayoría de las organizaciones, que la sitúan al nivel de la adopción tecnológica y la inteligencia artificial. Sin embargo, ese reconocimiento convive con incertidumbre regulatoria, tensiones geopolíticas, presión por los costes, falta de recursos y una ciudadanía que eleva el listón.
La transición se ha vuelto demasiado grande para depender solo de fondos públicos. La empresa privada tendrá un papel decisivo canalizando capital hacia soluciones climáticas y sociales. Un análisis publicado por Sustainability Directory afirma quelas inversiones sostenibles ya crecen a doble dígito entre grandes compañías y las iniciativas de sostenibilidad pueden elevar el EBITDA entre un 4% y un 7%. El problema no es la falta de capital; es la falta de proyectos invertibles, especialmente en mercados emergentes, donde la brecha de financiación es crítica.
El gran desafío de 2026 será cerrar ese desajuste: traducir estrategias, hojas de ruta y planes de transición en proyectos reales, escalables y con métricas claras de retorno y riesgo. Las empresas que logren hacer esa traducción tendrán una ventaja estructural.
El siguiente reto es la integración. Las organizaciones que incorporan la sostenibilidad en su gobernanza, en sus incentivos y en su toma de decisiones (los llamados Sustainability Integrators, según el EY Europe Long-Term Value and Corporate Governance Survey), avanzan mucho más rápido. Obtienen financiación en mejores condiciones, toman decisiones más acertadas y consiguen un mayor alineamiento directivo y del talento interno. En un contexto regulatorio fluctuante y con un escrutinio social creciente, mantener la sostenibilidad en “modo satélite” implicará pérdida de velocidad y de credibilidad.
Tras un año marcado por elecciones globales, tensiones comerciales y revisiones normativas como el Paquete Ómnibus, las empresas tendrán que operar en un contexto donde las reglas pueden cambiar a mitad del partido. Esto no solo genera riesgos de cumplimiento; genera distracción y ralentización. La transición no se detiene y la complejidad regulatoria —CSRD, SFRD, taxonomía, green claims, etc.— seguirá siendo la norma. La gobernanza, la calidad del dato y la profesionalización de los equipos serán más importantes que nunca.
La sostenibilidad debe entenderse como un factor central de competitividad. No se trata de un ejercicio de gestión, sino de una cuestión de supervivencia empresarial. Hoy la sostenibilidad es un determinante de acceso a mercados, de atracción de talento, de eficiencia energética, de resiliencia ante impactos climáticos y de creación de valor. Entramos en la era del ‘Value over Virtue’: menos promesa y más ejecución; menos relato y más resultados verificables.
2026 será un año exigente. Todo apunta a que entramos en la era del repensar la sostenibilidad, más allá del cumplimiento: repensar el modelo laboral y corporativo, repensar la vivienda, los territorios y la forma de vivir.
La innovación —social, tecnológica, organizativa y de negocio— deja de ser un complemento para convertirse en una herramienta imprescindible. Las organizaciones que se atrevan a cuestionar sus inercias y a innovar, desde una mirada más amplia, serán las que encuentren nuevas formas de avanzar.
Desde hace más de 25 años, Isabel centra su carrera en la sostenibilidad y la reputación. Se dedica a acompañar...
¿Quieres saber más? ¿Crees que podemos ayudarte a impulsar la sostenibilidad en tu organización? Te escuchamos.
4 noviembre, 2025
3 noviembre, 2025